Proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción

Sala dell'Immacolata1
A Francisco Podesti (Ancona 1800 – Roma 1895), un pintor hábil y refinado retratista, le fue dada la tarea de establecer, en las paredes de una sala de la antigua Torre Borgia, la memoria visiva del gran evento de la proclamación del Dogma de la Concepción. Pintar la sala de la Inmaculada, significaba confrontarse con la pintura del más grande pintor Rafael, siendo la habitación contigua a la del Incendio del Borgo. Con gran valor y humildad, Podesti aceptó el encargo que, por este motivo, había sido rechazado por Tommaso Minardi, al cual antes se le había hecho la propuesta de la realización de la obra.

El fresco de la “la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción” ocupa toda la pared larga de la sala, el ajuste del espacio evoca la “Disputa del Santísimo Sacramento” de Rafael. El fresco se divide en dos partes, la parte inferior representa la Iglesia militante dirigida por el Papa Pío IX, que proclama el dogma en el interior de la Basílica de san Pedro, en la parte superior la Iglesia triunfante con la Santísima Trinidad, los santos y los ángeles que rinden honor a María Inmaculada.

Proclamation of the dogma of the Immaculate conception Podesti

Fue el mismo Pío IX que pide a Podesti que sea él “en sentido figurado se alzó de su asiento”, a pesar de la ceremonia, previó que el Papa leyera sentado la declaración. Pío IX se vio obligado a ponerse de pie, porque de improviso, un rayo de sol le dio en la cara, aquel rayo provenía de la ventana, que se encuentra sobre el altar de la Virgen del Pilar. Aquel 8 de diciembre de 1954, era un día nublado, y el rayo de sol, fue interpretado por el Papa, como signo de aprobación celestial. En el fresco el rayo de luz que emana de la cruz, sostenida por un ángel en la parte superior derecha.

Sala dell Immacolata La Trinita

En línea con la Sede Papal se encuentra la Santísima Trinidad, con el centro la Virgen Inmaculada, a su derecha el Hijo y a la izquierda el Padre, en la parte superior el Espíritu Santo representado en forma de paloma. Se observa que María no está colocada sobre el mismo plano del Padre y del hijo, ella se encuentra en un nivel más abajo, para subrayar que la Madre de Dios es todavía una creatura humana. El vestido de María es de intensa blancura que hace resaltar el manto azul, Ella es la “mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies…” (Ap 12,1) que, según la antigua profecía divina dirigida a satanás, pisotea la serpiente: “pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: esta te aplastará la cabeza y tú le herirás el talón” (Gen 3,15).

En el lado izquierdo del fresco, se ve a Adán, cubierto de un cinturón de hojas de higuera, estira su brazo hacia la Inmaculada, mientras Eva, con vergüenza inclina la Sala dell'Immacolata ADAMO detaglicabeza. El rostro de María y el de Eva, son idénticos. De acuerdo con las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, María es la nueva Eva, que con la obediencia a la Palabra de Dios, se rompe el nudo del pecado y de la muerte, al cual Eva con su desobediencia, ha ligado a toda la Humanidad. A espaldas de Adán, entre las nubes, la batalla ruge entre ángeles y demonios. Al lado izquierdo del dosel rojo que se levanta sobre Pío IX, vislumbrado entre los pliegues de la pesada tela la Catedral del Bernini, símbolo del Magisterio ejercido por el Santo Padre, lo que le confiere el poder dado por Dios de confirmar a sus hermanos en la verdad.

Sobre el lado opuesto, a la derecha del fresco, cuatro ángeles irrumpen en la Basílica de San Pedro, el primero se cae esparciendo flores de colores, las gracias y las bendiciones divinas, el segundo toca una trompeta que anuncia la llegada del tercer ángel, que muestra la Burbuja “Ineffabilis Deus”, con la cual Pío IX proclama la Inmaculada Concepción de María, y finalmente, el cuarto con la cara hacia cielo con un incensario, inciensa en señal de que Dios acepta la oración del pueblo hecha a María Inmaculada.

Es a través de la Inmaculada, Aurora de la Redención, que venimos impregnados del mismo dulce olor del Hijo de Dios, que en Su seno ha recibido nuestra misma naturaleza humana.