El Sacro Rostro de Cristo

El hombre siempre ha querido contemplar el rostro de Dios. Jesús nos dijo: «El que me ha visto, ha visto al Padre» (Jn 14, 9) y, en consecuencia, la contemplación del rostro de Cristo es la contemplación de Dios. El rostro del Señor es, de alguna manera, un medio para conocer mejor a la persona de Cristo. Sin embargo, no es sorprendente que las características del rostro de Cristo hayan animado a los cristianos de los primeros siglos a conocerlo y amarlo cada vez más.

Imágenes como la Verónica, el velo en el que el rostro de Jesús permaneció impreso durante la Pasión, es solo uno de los ejemplos de acheròpita (imagen no hecha por mano humana). La más famosa de estas imágenes sigue siendo el Sudario de Turín, el lino utilizado para envolver el cuerpo sin vida de Jesús, que lleva impreso no solo Su Rostro, sino todo el cuerpo, mostrando las heridas de la Pasión. La imagen de la Sábana Santa se hizo famosa, especialmente después de que fue fotografiada y difundida al final del siglo XIX.

Durante los últimos 200 años, Cristo mismo ha pedido la devoción a su Santo Rostro en reparación por las muchas blasfemias y ofensas que recibe continuamente. Esta devoción se introdujo a través de dos monjas, Sor Marie de Saint Pierre (1816-1848) y la Beata María Pierina de Micheli (1890-1945). En 1958, el Papa Pío XII declaró la fiesta del Santo Rostro de Jesús el día antes del Miércoles de Ceniza (martes de carnaval).

La oración de la flecha dorada
Sor Marie de Saint Pierre, una carmelita francesa, recibió la solicitud de Nuestro Señor para difundir la devoción a Su Santo Rostro. La monja explicó que, el 25 de agosto de 1843, el Señor le dijo:

«Mi nombre es blasfemado por todos también por los niños y este horrible pecado hiere abiertamente mi Corazón. El pecador con la blasfemia maldice a Dios, lo desafía abiertamente, aniquila la Redención, pronuncia su misma condena. La blasfemia es una flecha envenenada que penetra mi corazón. Te daré una flecha dorada para sanar la herida del pecador».

En 1845, el Señor le reveló a Sor Marie que quería una verdadera reparación y que, las almas que se comprometen en reparar son como Santa Verónica que ha superado la indiferencia de la multitud y ha limpiado a la cara de Cristo, llena de sangre y de sudor. El Señor le dijo a la monja: «Estoy buscando a una Verónica, que limpie y honre a Mi Rostro Divino, que tiene pocos adoradores».

Sea por siempre alabado, bendecido, amado, adorado y glorificado el Santísimo, Sacratísimo, Adorable, Incomprensible e Inefable Nombre de Dios en el Cielo, en la Tierra, y debajo de la Tierra por todas las criaturas de Dios, y por el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, en el Santísimo Sacramento del Altar. Amén.

Después de la muerte de Sor Marie, en 1885 el Papa León XIII fundó la Archicofradía de la Santa Faz. Algunos de los primeros miembros fueron la familia de Santa Teresa de Lisieux, cuyo nombre religioso era Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz debido a esta devoción.

Beata María Pierina de Micheli y la Medalla de la Santa Faz

Al igual que a Sor Marie de Saint Pierre también a la Beata María Pierina de Micheli, el Señor le pidió difundir la devoción a su Santo Rostro. La Beata relata sus experiencias en una carta a Pío XII en 1940 ante una audiencia personal con el Papa.

Con solo 12 años, la Beata Pierina, que esperaba venerar el Crucifijo en la celebración del Viernes Santo, escuchó a Jesús decirle: «Nadie me da un beso de amor en mi cara para reparar el beso de Judas». La futura Beata respondió: «Te daré un beso de amor, Jesús». Cuando creció se consagró a Dios y vivió una vida de unión íntima con el Señor.

En 1938, mientras rezaba ante del Santísimo Sacramento, Nuestra Señora se le apareció con un escapulario compuesto por dos piezas de tela. Por un lado, estaba la Santa Faz de Jesús y por el otro estaba la Eucaristía rodeada de rayos. Nuestra Señora le dijo:

«Todos aquellos que lleven un escapulario como éste y hagan, si es posible, una visita cada martes al Santísimo Sacramento, para reparar los ultrajes que recibió el Divino Rostro de Jesús durante su Pasión y que recibe cada día en la Eucaristía, serán fortificados en la fe, prontos a defenderla y a superar todas las dificultades internas y externas. Además, tendrán una muerte serena bajo la mirada amable de mi Divino Hijo».

En 1940, la Beata María Pierina obtuvo la aprobación eclesiástica de la medalla de la Santa Faz, acuñada de acuerdo con la imagen del rostro de Jesús que nos da la Sábana Santa.

La devoción de cada martes a la Santa Faz
El Señor también pidió que Su Santa Faz fuese honrada todos los martes y especialmente el Martes de Carnaval ósea el martes anterior al Miércoles de Ceniza, que marca el comienzo de la Cuaresma. Al pedir esta devoción, Jesús apareció cubierto de sangre y dijo muy tristemente a la Beata Pierina:

«¿Ves cómo sufro? Y, sin embargo, de poquísimos soy comprendido. ¡Cuántas ingratitudes de parte de aquellos que dicen amarme!
He dado mi corazón como objeto sensibilísimo de mi gran amor por los hombres y doy mi Rostro como objeto sensible de mi dolor por los pecados de los hombres: quiero que sea honrado con una fiesta particular el martes de Quincuagésima, fiesta precedida de una novena en que todos los fieles reparen conmigo, uniéndose a la participación de mi dolor».

En 1939, Jesús dijo nuevamente: «Quiero que mi Rostro sea honrado de un modo particular el martes».

Una buena práctica cuaresmal
Entre los preparativos para la Cuaresma, es apropiado celebrar la fiesta de la Santa Faz pasando un tiempo frente al Santísimo Sacramento y recitando la oración de la Flecha Dorada y la oración a la Santa Faz de la Beata María Pierina de Micheli. La repetición de esta devoción todos los martes de Cuaresma también puede ser un medio para acercarse a Nuestro Señor durante este período especial del año litúrgico.

Oración al Divino Rostro de Jesús

Divino Rostro de mi dulce Jesús, expresión viva y eterna del amor y del martirio sufrido por la redención de los hombres, Te adoro y te amo. Te consagro hoy y siempre todo mi ser. Te ofrezco a través de las manos purísimas de la Reina Inmaculada, las oraciones, las acciones y los sufrimientos de este día, para expiar y reparar los pecados de las pobres creaturas. Haz de mí un verdadero apóstol tuyo. Que tu mirada suave esté siempre conmigo y se ilumine de misericordia en la hora de mi muerte. Amén.

Divino Rostro de Jesús, mírame con misericordia.