Quienes somos
Después de una larga experiencia de consagración laical con Madre Prisca, hemos realizado con dedicación plena y total su proyecto, que se requiere en la vida consagrada como la entiende la Santa Madre Iglesia. La aprobación diocesana ha sido firmada por el Cardinal Camilo Ruini, el 11 de febrero de 2001.
Con nuestro nombre “Misioneras de la Divina Revelación”, queremos expresar nuestro carisma fundado en el amor apasionado por la Palabra de Dios y por los “Tres Blancos Amores”, como los ha llamado la Virgen de la Revelación: la Eucaristía, la Inmaculada y el Papa, que deseamos hacer conocer y amar por una catequesis en absoluta adhesión a la enseñanza de la Iglesia.
“Las Misioneras de la Divina Revelación se sienten apóstoles del misterio de la Iglesia: piensan como piensa la Iglesia de siempre, aman como ama la Iglesia de siempre, quieren lo que quiere la Iglesia de siempre” (de la Regla de Vida).
Los colores de nuestro hábito son aquellos con los que la Virgen de la Revelación se presenta: el verde, que indica a Dios Padre Creador, el blanco, que representa Dios Hijo Redentor y el rosa que simboliza al Espíritu Santo Santificador. En tal modo tenemos en la mente y en el corazón que solo Dios tiene que estar al centro de toda nuestra vida, porque Él es nuestro Único verdadero Bien y nuestro único fin.
Nos saludamos con el saludo de unidad y paz, querido por la Virgen de la Revelación: “Dios nos bendiga y la Virgen nos proteja”. Es una invocación filial, válida para cada tiempo y circunstancia, que dirigimos a todos. Ello nos une como hijos de Dios y difunde en los corazones un profundo sentido de paz. Tomando ejemplo de María, Madre de la Iglesia y Madre nuestra, y de nuestra Fundadora, Madre Prisca, que la ha sabido imitar con mucha humildad y sencillez, nosotras damos gracias cada día al Señor por el regalo de la vocación, viviendo en alegre hermandad, con el vivo deseo de llenarnos cada vez más del Amor de Dios para donarlo a esta humanidad, tan necesitada de sentirse querida y amada. Deseamos donarnos sinceramente y maternalmente a nuestro prójimo, participando en tal modo de la maternidad espiritual de María. Hemos renunciado a todo, pero no a Amar, más bien justo porque al estar libres de uniones terrenales, podemos dedicarnos totalmente a los otros.
El Señor nos acompaña en nuestro camino para poder siempre cumplir su voluntad, bajo la materna protección de María Virgen de la Revelación.