La Jornada de la Vida Consagrada: 
¡Aquí estoy Señor, vengo a hacer tu voluntad!

La celebración de la Jornada de la Vida Consagrada tuvo lugar por primera vez el 2 de febrero de 1997 por iniciativa del Papa San Juan Pablo II, que con gran entusiasmo instituyó este aniversario para que todo consagrado pudiera tomar conciencia del don recibido. Con tal propósito, el año anterior escribió en la exhortación post sinodal Vita Consecrata n. 110: “¡No sólo tenéis una historia gloriosa que recordar y contar, sino una gran historia que construir! Mirad hacia el futuro, en el que el Espíritu os proyecta para hacer grandes cosas con vosotros”.

La Jornada de la Vida Consagrada se celebra en la fiesta que conmemora la presentación que María y José hicieron de Jesús en el templo “para ofrecerlo al Señor” (Lc 2, 22).

Hoy con gran gratitud queremos cantar nuestro Magnificat al Señor por haber llevado, el pasado 8 de diciembre, a Sor Caterina y a Sor Verónica a su entrega en la voluntad de Dios Padre, a través de los votos perpetuos de pobreza, castidad y obediencia.

Recorramos el rito de la profesión perpetua para disfrutar juntos de la belleza de la llamada divina.

El sagrado rito de los votos perpetuos se abre con el llamamiento, cada hermana es llamada por su nombre: “El Divino Maestro te llama”, con alegría se da la respuesta: “Aquí estoy Señor, vengo a hacer tu voluntad”.

Sigue la pregunta en la que se verifica su recta intención de consagrarse más íntimamente a Jesús, comprometiéndose mediante los votos de perfecta castidad, obediencia y pobreza a seguir el Evangelio y observar la Regla de la Familia de las Misioneras de la Divina Revelación para dedicar generosamente toda su vida al servicio del pueblo de Dios.

Las candidatas se postran en el suelo y la asamblea de rodillas canta las letanías de los santos. En este camino Sor Caterina y Sor Verónica nunca estarán solas, la Madre de Dios, los Ángeles y los Santos interceden por ellas con incesantes súplicas. Postrarse en el suelo al pie del altar es signo de vaciarse totalmente de sí mismo para ser inmolado al servicio del Reino de Dios.

Después de las letanías entramos en el corazón de la profesión: las candidatas, de pie frente al Celebrante y a la Superiora, leen una a la vez, la fórmula de la Profesión escrita de su puño y letra. Se acercan al Altar, lo besan y en el mismo altar firman el documento de Profesión. El altar es signo de Cristo Esposo, por eso que se besa.

Frente al Santo Altar, Sor Caterina y Sor Verónica, con los brazos extendidos en forma de Cruz, cantan el Suscipe me Domine… (“Recíbeme, Oh Señor, conforme a tu Palabra y viviré y no me faltes en mi esperanza”).

En este momento, Sor Caterina y Sor Verónica, recién profesas, aún de rodillas, reciben la oración de bendición del Celebrante con los brazos extendidos delante del pecho. Se trata de una larga súplica para invocar la Misericordia del Padre sobre sus hijas llamadas a custodiar dignamente la fidelidad a su profesión religiosa y obtener todo lo que piden para la salvación de sus almas, de sus hermanas y de quienes encuentran en su apostolado.

Al concluir el rito sigue la entrega de las insignias:
el anillo de bodas para mantener intacta la fe; la corona de espinas regalo del Esposo crucificado; la corona de flores es signo de la sublime dignidad virginal; el libro del Oficio Divino para alabar ininterrumpidamente al Padre Celestial e interceder por la salvación del mundo entero.

Durante toda su existencia, Sor Caterina y Sor Verónica tendrán su paz, su esperanza y su consuelo en su fiel unión con el único Esposo, Cristo Jesús, hasta encontrarse nuevamente en el día sin ocaso, ante el tribunal del Rey Eternos, descubrirán en la voz del juez la voz del Esposo que las invita al gozo de la boda eterna (Del rito de la profesión perpetua).
¡Que sea así para cada uno de nosotros!

Dios nos bendiga
y que la Virgen nos proteja.