Novena por la Asunción de la Virgen María – Octavo Día

Del mismo parecer es, entre otros muchos, san Buenaventura, el cual sostiene como absolutamente cierto que del mismo modo que Dios preservó a María Santísima de la violación del pudor y de la integridad virginal en la concepción y en el parto, así no permitió que su cuerpo se deshiciese en podredumbre y ceniza. Interpretando y aplicando a la bienaventurada Virgen estas palabras de la Sagrada Escritura «¿Quién es esa que sube del desierto, llena de delicias, apoyada en su amado?» (Cant 8, 5), razona así: «Y de aquí puede constar que está allí (en la ciudad celeste) corporalmente… Porque, en efecto…, la felicidad no sería plena si no estuviese en ella personalmente, porque la persona no es el alma, sino el compuesto, y es claro que está allí según el compuesto, es decir, con cuerpo y alma, o de otro modo no tendría un pleno gozo (cfr. Papa Pio XII, Const. apost. Munificentissimus Deus, 1 de noviembre de 1950).

Oh gran Madre del Verbo eterno, por esa sabiduría celestial que te fue dada en el triunfo de tu divino Hijo, consigue a todos los cristianos, y también a todos los herejes e infieles, luz para conocer la verdad del Evangelio y gracia para seguirla fielmente.

Ave María.

Preghiamo.
Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos
a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos,
que aspirando siempre a las realidades divinas lleguemos a participar con ella
de su misma gloria en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.
Amen.