Testimonio Vocacional sor María Angélica

 

Los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos –oráculo del Señor–. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes” (Is 55, 8-9).

Es hermoso ver como la historia de amor de cada uno con Jesucristo es única e irrepetible. Su creatividad para llamar a cada uno es impresiónate, Él definitivamente supera nuestros pensamientos.

Mi nombre es Guadalupe Salas Lira, nací en 1986 en Zacatecas, México. Tuve la bendición de nacer en un hogar católico, mis padres son el señor Guadalupe Salas y la señora María Leticia Lira. Soy la cuarta de seis hermanos: tengo cuatro hermanas y un hermano. Durante mi niñez siempre viví junto a mis padres y a mis hermanos en un ambiente tranquilo, sano y religioso. Recuerdo que desde pequeños mamá nos enseñaba lo que era agradable a los ojos de Dios, además nos enseñaba alabanzas y oraciones fundamentales.

En 1998 la familia se tuvo que separar por algún tiempo ya que optaron por emigrar a los Estados Unidos; en 1999, Dios permitió que nos reuniéramos nuevamente en la cuidad de Austin, Texas.

Desde pequeña tuve grandes sueños, grandes aspiraciones, quería hacer muchas cosas y uno de mis sueños más importante era ayudar a las personas de bajos recursos. Pero también deseaba formar una familia, encontrar un buen hombre, casarme, tener hijos, encontrar un buen trabajo y estar estable económicamente.

Sabía que para alcanzar algunos de mis sueños tenía que estudiar. Así que decidí estudiar diseño gráfico en la Universidad de San Marcos. Después de graduarme en el 2012, decidí trabajar por cuenta propia como diseñadora gráfica. No busqué ningún trabajo en alguna compañía porque mis planes eran: hacer una experiencia de vida religiosa con las Misioneras de la Divina Revelación en Roma.

Creo que tengo la bendición de tener una familia que siempre me ha apoyado en mis decisiones, aunque en aquella ocasión no estaban de acuerdo del todo porque no comprendían por completo mi decisión de hacer una experiencia de vida religiosa; aun así no me pusieron impedimento alguno para que yo pudiera hacer lo que deseaba; la única que estaba completamente de acuerdo era mi mamá, ya que ella siempre había tenido el deseo de que alguno de sus hijos se consagrara a Dios, mi papá, aunque poco conforme, recuerdo que me dijo: “has lo que te dicte tu corazón”.

Mi llamada comenzó cuando la Diócesis de Austin convocó a todos los jóvenes para participar en la Jornada Mundial de la Juventud del 2011. Cuando me llego esta invitación, yo pertenecía al grupo juvenil de la iglesia de San Luis Rey de Francia, y acepté ya que me parecía una gran oportunidad para convivir y compartir con tantos jóvenes de diferentes partes del mundo nuestra fe Católica y, por la oportunidad de conocer al Papa. Tenía también deseos de conocer Roma, el centro de la Cristiandad. Con estas motivaciones yo emprendí mi viaje, sin imaginar que después de este peregrinaje mi vida comenzaría a cambiar.

El 11 de agosto llegamos a Roma un grupo jóvenes de la Diócesis de Austin acompañados del Padre Jesús Ferras. Durante nuestra estancia en la ciudad tuvimos el privilegio de hacer un itinerario de arte y fe por los lugares más importantes de esta importante urbe acompañados por las Misioneras de la Divina Revelación. Cada iglesia que visitamos estaba llena de un esplendor inigualable y no había palabras para explicar la belleza de estos sitios que solo podía contemplar. Toda esta majestuosidad hablaba de un

principio, de un Creador, de un Padre. El encuentro con la belleza fue uno de los medios para despertar en mí un interés particular por el misterio de Dios. Puedo decir que a través de tan deslumbrante belleza el Señor comenzaba a llamarme para una cierta misión, pero en aquel momento yo no comprendía.

El 13 de agosto tuvimos la última visita acompañados por las misioneras. Recuerdo que el último lugar que visitamos fue el de las Tres Fuentes donde San Pablo fue martirizado. Aquí se encuentra la iglesia de “Santa Maria Scala Coeli” (Escalera del Cielo), allí se encuentra la prisión donde el apóstol pasó su último día de vida. Recuerdo que al salir de esta iglesia me presentaron a la Madre Rebecca, superiora de las Misioneras de la Divina Revelación. Mientras nos dirigíamos al lugar donde San Pablo había sido decapitado, comenzamos a platicar con la sor Rebecca, una de mis amigas y yo. Este recuerdo está muy presente en mi mente ya que en esta conversación la madre nos hizo una invitación de hacer una experiencia de vida religiosa en su comunidad por el tiempo que deseáramos y sin compromisos. En aquel momento yo solo escuchaba por respeto a la religiosa, pero dentro de mi pensaba que esta invitación no era para mí, pues estaba muy lejos de lo que yo proyectaba hacer en la vida. Así que no respondí nada, solo seguí caminando como si nada.

Después de nuestro peregrinaje en Roma, el 16 de agosto viajamos a Madrid, donde se llevaría a cabo la Jornada Mundial de la Juventud junto con el Santo Padre Benedicto XVI. Aquí nos esperaban otras grandes bendiciones. Todo lo que vivimos durante la Jornada fue muy significativo, pero en particular dos acontecimientos tocaron mi vida. Uno de ellos fue la presentación de la vida de Santa Teresa de Calcuta en un museo. Recuerdo que después de haber visto esta exhibición, quedé muy impresionada, sin palabras, y me cuestionaba, ¿cómo era posible que una persona haya vivido de esta manera?, ¿cómo lo hizo Madre Teresa?, una persona que se olvidó de sí misma para donarse toda a los demás. Para mí era difícil de comprender como esto era posible y, ¿por qué razón lo había hecho?; pues yo no me creía capaz de hacer una cosa igual.

El segundo acontecimiento ocurrió el 20 de agosto, el día de la vigilia fue muy particular. Recuerdo que durante la Adoración Eucarística comencé a rezar y a darle gracias al Señor por las cosas que había hecho en mi vida. Recuerdo que sentí tanta paz y alegría, lloré tanto, algo en mí cambió en esa vigilia, creo que desde aquel momento sin darme cuenta mi corazón se comenzó abrir a la voluntad de Dios.

Después de la Jornada Mundial, el 22 de agosto regresamos a Austin. Durante el vuelo, me puse a recordar todo lo que el Señor me había dejado experimentar en este viaje, todas sus gracias y bendiciones que me había concedido. Después comencé a escuchar la canción “Alma misionera” y comencé a llorar tanto, recuerdo que trataba de no hacerlo más para no disturbar a la persona que estaba a mi lado, pero era algo muy fuerte dentro de mí. Sé que mi llanto era de alegría, de reconocimiento y de agradecimiento por todo lo que había vivido, esto produjo en mí una grande paz interior. En ese momento surgieron en mí algunas preguntas: “Señor, ¿qué cosa quieres de mí? ¿Qué es lo que tienes pensado para mí? ¿Cuál es mi misión?”. Me puse a reflexionar sobre mi vida y me di cuenta que siempre había hecho lo que había planeado, pero nunca me había preguntado qué era lo que el Señor quería hacer de mí. En ese momento no supe responder a estas preguntas, pero ahora comprendo que fueron el inicio del camino que estaba por recorrer.

No puedo decir que desde aquel momento pensé en consagrarme al Señor, pero lo que sí puedo decir, que en aquel momento nació en mi el deseo de conocer verdaderamente a Dios, amarlo y servirlo. También sentí un deseo por conocer verdaderamente mi fe católica. Antes no me había hecho estas preguntas, ni había sentido este deseo, ahora puedo decir que el Señor conoce el momento justo para llamar a cada uno a vivir una vida más íntima con Él.

Después de algún tiempo me puse en contacto con las Misioneras de la Divina Revelación, porque sabía que por medio de ellas yo podía aprender más de la fe. Tiempo después pensé que sería una buena oportunidad hacer una experiencia de vida religiosa con esta comunidad pues de esta manera conocería más al Señor, conocería la fe desde el corazón de la iglesia, me serviría también para mi formación espiritual. Así que le expresé mi deseo, a la Madre Rebecca, de hacer una experiencia en el convento por algunos meses. Al principio yo solo pensé en hacer esta experiencia por las razones que mencioné antes y no porque quería consagrarme a Dios. Aún este tipo de vida lo veía muy lejos de mi realidad.

Posteriormente comencé un camino de discernimiento vocacional, el cual duró un año. Cada semana hacia un encuentro con la Madre por medio de skype; recuerdo que en alguna ocasión ella me dijo: “Mira Lupita que si no tomas en serio esta experiencia que vas hacer, no descubrirás lo que el Señor quiere de tu vida”. Después de esto pensé que no podía perder el tiempo, que esta experiencia la tomaría en serio y que no solo haría la experiencia por algunos meses, sino mas bien por todo el tiempo que fuera necesario para conocer la voluntad de Dios en mi vida.

Después de un año de discernimiento ingresé en la comunidad de las Misioneras de la Divina Revelación el 11 de Febrero del 2013 día de la Virgen de Lourdes. Fue un día muy hermoso, lleno de alegría y emociones pero también de tristeza, pues ese día el Papa Benedicto XVI anunció su dimisión. Para mí fue difícil comprender su decisión, esta fue mi primera prueba en el camino que había apenas comenzado.

Mentiría si digiera que estos cuatro años que he vivido en comunidad han sido color de rosa. La verdad es que no ha sido fácil la vida religiosa, ya que en cada etapa de este camino se han presentado dificultades y problemas. Pero junto con estos problemas el Señor me ha donado su gracia y la ayuda de la comunidad para superar cada dificulta. Es verdad que no han faltado las dificultades, pero también el Señor me regalado tantas alegrías, gracias, bendiciones, y sobretodo tanta paz que sobrepasan todas las penas. Si me preguntan, si me arrepiento de haber aceptado la invitación a la vida consagrada, yo respondería que no, que volvería una y otra vez a escoger a Jesucristo.

El 23 de enero del 2015, el Señor me permitió la gracia de comenzar mi primer año como novicia. Durante la celebración recibí por primera vez el hábito religioso, el velo blanco, el Santo Rosario y un nuevo nombre: sor María Angélica.

Luego de dos años como novicia, el 24 de junio del 2017 no solo celebramos la solemnidad de la natividad de San Juan Bautista sino también el Corazón Inmaculado de María; en este día tan solemne tuve la gracia del Señor de hacer mis primeros votos donde delante a Dios, de la comunidad, de mi familia y mis seres queridos profesé libremente mi deseo de vivir en obediencia, castidad y pobreza. Confiando en la bondad de Dios que me concederá su gracia y la perseverancia en este camino.

Si me preguntan, ¿cómo es posible dejar todo por Jesucristo? Yo diría que sin la gracia de Dios, no es posible que una persona sea capaz de pronunciar un “SI”, pues necesita verdaderamente la gracia de Dios para dejar todo y embarcarse en el santo viaje.

Tenemos que tener presente lo que Jesús dice: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero” (Jn 15, 16). Así como Dios nos pensó y nos amó desde la eternidad, así también desde la eternidad ya había pensado cuál sería nuestra vocación, cuál sería la misión para cada uno de nosotros, y la dejó escrita allí en lo profundo de nuestro corazón, donde nadie puede entrar sino Él, y nosotros cuando tengamos el valor de descubrir que es lo que Él nos quiere regalar.

Para mi es claro que no fui yo quien escogió la vocación a la vida religiosa, puesto que ya había escogido para mi algo muy diferente. La iniciativa siempre viene de Jesucristo, es él quien da el primer paso con su llamada. El segundo paso lo tenemos que dar nosotros respondiendo a su llamada con toda la libertad. Depende de nosotros aceptar o no su invitación a tener una vida más íntima con Él.

Quizás muchas personas piensan que nosotras como religiosas hemos renunciado al amor pero no es así, al contrario, el Señor nos ha llamado para vivir de amor. Cuando tú decides consagrarte lo haces solo por amor; por amor a una persona muy concreta, Jesucristo.

Me gustaría concluir con las palabras del apóstol Pablo: “Todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo. Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3, 7-12).

Dios nos bendiga
y la Virgen nos proteja.

Misioneras de la Divina Revelación
 sor María Angélica