El Santo Rosario: arma secreta de los cristianos

Our Lady of Victory
El Papa San Pio V, antes de la partida de la flota cristiana de Lepanto, bendijo y entrego al comandante de la Liga Santa, Don Juan de Austria, la bandera que lo representa, sobre un fondo rojo, el Crucifijo entre los apóstoles Pedro y Pablo y coronado con el lema constantiniano “In hoc signo vinces”. Este banderín ondeaba sobre la nave insignia Real, pero eran también la imagen de la Virgen con las palabras “Sancta Maria succurre miseris”.

Antes de atacar a Los Turcos y morir por Cristo, por la Iglesia y por la Patria, los soldados cristianos se unieron en la oración sincera del Santo Rosario, los prisioneros en los remos de las galeras remaron ritmando el tiempo con las decenas de los misterios.

En aquel domingo del 7 de octubre de 1571 en cada iglesia del mundo católico, las hermandades del Rosario oraban el santo Rosario con fe y amor.

Los soldados de don Juan de Austria imploraron el rescate al cielo de rodillas y, después, aunque superados en número, comenzó la lucha. Después de 4 horas de terrible batalla, de 300 barcos enemigos, solo 40 pudieron huir, los otros fueron lanzados a pico; 40 000 turcos murieron. Europa estaba a salvo.

A la misma hora Pio V, en reunión con los cardenales, imprevistamente se asomó a la ventana y mirando hacia el oriente, exclamó: “No nos preocupemos más de negocios, Vamos a agradecer a Dios porque la flota veneciana ha reportado victoria”. La noticia de la victoria de Lepanto llegó a Roma solo el 23 de octubre.

San Pio V dispuso para el 7 de octubre de cada año una fiesta en honor de la Virgen de las Victorias, (inicialmente llamada de Santa María de la Victoria), titulo cambiado después por Gregorio XIII en el de Virgen del Rosario.

La conciencia de la intervención de María en Lepanto fue tan fuerte que el Senado de Venecia puso debajo de la representación de la batalla en el Palacio Ducal las palabras: “Ni el poder y las armas ni los duques, pero la Virgen del Rosario nos ha ayudado a vencer”.

La celebración se extendió en 1716 a la Iglesia universal y fijada definitivamente al 7 de octubre por San Pio X en 1913.