sean misioneros de la palabra de verdad

Roma, 12 de abril de 1947. En una gruta de la Vía Laurentina, la Virgen se aparece a Bruno Cornacchiola. Se presenta como la “Virgen de la Revelación” y lanza una poderosa invitación: “Sean misioneros de la Palabra de Verdad”.

Un llamado apremiante para corazones valientes. ¿Qué es la Verdad? Hoy en día es una palabra incómoda. Casi se la ponen entre comillas, se la trata como una opinión entre muchas, y casi parece que buscarla es inútil, porque “tú tienes tu verdad, yo tengo la mía”. Sin embargo, en lo más profundo de nosotros, nos conmueve, porque todos deseamos algo auténtico, algo que permanezca estable más que un simple Instagram; algo que no cambie según las emociones, los gustos o el juicio de los demás. Deseamos la Verdad con la “V” mayúscula, la que tiene el poder de guiar, dar sentido y mostrar el camino hacia una vida plena. Esta Verdad tiene un nombre y un rostro muy específicos: el de Jesucristo. Él es la respuesta, incluso cuando no lo sabemos. Cuando anhelamos justicia; cuando deseamos autenticidad y un amor que no traiciona, es a Él a quien buscamos. Él es el único capaz de soportar el peso de nuestra sed.


Esta es la Verdad que debemos conocer. Este es el amor que verdaderamente nos transforma. No solo en la oración, sino sobre todo en los Sacramentos, resplandece la fuerza del encuentro con Cristo. Es allí, en la Eucaristía, donde Él cumple su promesa de permanecer con nosotros cada día (cf. Mt 28,20). En la Confesión, pues, el Señor nos realza. Así, incluso cuando perdemos el objetivo, su amor nos impulsa a dirigir la flecha de nuestro corazón hacia arriba, hacia la vida eterna.

Precisamente de este encuentro nace la misión. Puedes llevar su Palabra dondequiera que estés: en la escuela, entre amigos o en la universidad; en línea, en el metro, y a quienes ya no creen. Como decían los santos, quien busca la Verdad, consiente o no, busca a Dios. María, en la Gruta de las Tres Fuentes, nos invita a acompañar a estos buscadores. No tenemos todas las respuestas, pero hemos encontrado a Aquel que la da. Por eso, con ella siempre cerca, podemos permitir que el amor de Cristo crezca en nosotros y llegue a otros. Ser misioneros de la Palabra de Verdad significa precisamente esto: dejar que la esperanza del Cielo nos inunde y dar testimonio del gran amor que albergamos en nuestros corazones.