El Niño Jesús entre los brazos de la Madona del Foligno

Raffaello Sanzio, La Madonna di Foligno, pala d'altare. Inv. 40329. Pinacoteca Sala VIII

Raffaello Sanzio, La Madonna di Foligno, pala d’altare. Inv. 40329. Pinacoteca Sala VIII

En 1511 Sigismondo de’ Conti, secretio personal del Papa Julio II, comisionó a Rafael un retablo de altar para la Iglesia de Santa María in Aracoeli del Campidoglio, en Roma; en 1565 el retablo se pasó al Foligno en el monasterio de Santa Ana. En 1797 Napoleón se llevó el retablo a Paris, que después con el Tratado de Tolentino, en 1816 fue devuelto al Papa Pio VII que decidió colocarlo en la Pinacoteca Vaticana.

En la parte superior del cuadro, vemos a la Virgen María con el niño Jesús entre sus brazos, sentada sobre un trono de nubes y como respaldo tiene el disco solar rodeado por un coro de ángeles, que se confudes entre las nubes. Una antigua tradición romana cuenta que el día en cual en Belén nació Jesús, el emperador Augusto, estando sobre la cumbre del Campidoglio donde hoy se encuentra la Iglesia de San María in Aracoeli, tubo la visión de una mujer con un niño, sobre un trono, que era esplendente como un sol. La Sibila Tiburtina, le reveló al emperador que aquel niño sería adorado por todas las naciones, porque era el primogenito de Dios. El Emperador al saber esta noticia, ordenó construir “El Altar del Cielo” (Aracoeli) sobre el campidoglio. La visión de Augusto, de la Vigen delante del disco solar y con el niño entre sus brazos, representa la primera “noticia”, en la Roma pagana, del nacimiento de Jesús, Hijo de Dios.

Tratemos de comprender quienes son los personajes de la escena. Las cuatro personas de la parte inferior o de la zona terrestre están implicados personalmente en la venida del Niño Jesús.

Al lado izquierdo, Juan el Bautista con los ojos involucra al espectador, es Él quien ha preparado el camino a Jesús; un día, fijando los ojos en Jesús mientras pasaba, dise: «Este es el Cordero de Dios» (Jn 1,36).

En primer plano, adelante de Juan Bautista, encontramos a San Francisco, que de rodillas contempla a la Virgen con el niño y señala al espectador; el orden Franciscano, todavía en este tiempo, cuida la Iglesia de San María in Aracoeli. No nos olvidemos que fue San Francisco el inventor del nacimiento (pesebre) y preparó el primero en Greccio, donde en el pesebre en el lugar del niño celebró la Eucaristía.

En la parte de la derecha, encontramos a San Jerónimo, lo reconocemos por el león del cual apenas se ve la cabeza; este santo fue secretario del Papa Dámaso, quien le encargó la traducción de las Sacras Escrituras del Hebreo y del Griego al Latín. San Jerónimo desarrolló esta delicada taréa, trasladandose a Belén, donde la Palabra encarnada vió la luz en una cueva.

Sigismondo de’Conti, de alrededor de ochenta años, confiaba en la protección de San Jerónimo, de hecho, precisamente como el santo, él era un hombre literario y secretario de un papa, el Papa Julio II; él deseaba, que después de su muerte, fuera enterrado precisamente en la Iglesia de Santa María in Aracoeli sobre el Campidoglio. Con su mirada hacía María, nos parece que susurra: “Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.

La Virgen María sentada sobre un trono de nubes, formado a escalones, el pie derecho está estendido con la acción de bajar y el pie izquierdo está apoyado sobre el escalón más alto. En esta posición, María anula la separación entre el cielo y la tierra. Detrás del enorme disco solar dentro de las densas nubes toman forma miles de angelitos que contemplan el Divino Niño y a su Madre.
En el fondo surge un paisaje con casas, se trata de un pequeño pueblo, rodeado de prados en el que pastorean las ovejas. El paisaje esta rodeado de una fascinante luz a arco que envuelve las construcciones y al lado derecho se puede ver una chispa luminosa color naranja que se derige a una particular casa, ¿quizás, se tratará de un cometa?, si esto fuera verdadero, se trataría de la pequeña ciudad de Belén, donde el niño Jesús nació.

Asistimos a una sagrada conversión entre los santos y la Virgen, en la cual está también envuelto quien observa. San Juan Bautista tiene la vista dirigida hacia el espectador e indica a la Virgen con el niño; San Francisco implora a María e indica al espectador; de la misma forma San Jerónimo que es intercesor de Sigismondo. La Virgen María, con una infinita ternura dirige la mirada a su Hijo, pero al mismo tiempo de reojo parece observar a los personajes señalados. El niño Jesús tiene alrededor de tres años es un poco gordito, su cuerpecito esta en una fase de crecimiento, casi parece que se quiere librar de los brazos de la Madre, para venir a la tierra a presentarse sobre el altar entregandose a todos los fieles en la Eucaristia.

En el centro, en primer plano, está un ángel gordito, con una mirada tierna y llena de expectativas, observa hacia arriba fijandose en Jesús y María. Con sus manos sostiene una tabla sin ningúna escrita. La tabla está completamente vacía, Sigismondo de’ Corti, murió primero que la obra haya sido terminada, esta alude al alma en el cielo y a la esperanza de la vida eterna que ya ha iniciado en las personas que se nutren del Cuerpo de Cristo, en la Eucaristía.