Llámenme, Madre.

Es hermoso recordar las palabras de la Virgen de la Revelación que con su bondad maternal vino a llamar a uno de sus hijos, y en él a todos nosotros, a una conducta que no se deje engañar por “doctrinas diversas y extrañas”. (Heb 13,9), una conducta, por tanto, digna de nuestro ser cristianos. Pero vayamos paso por paso.

El 12 de abril de 1947, la Virgen María se apareció a un hombre, Bruno Cornacchiola, un protestante y anticlerical cuyas principales intenciones eran matar Papa Pío XII. Será Bruno, que desempeñó un importante papel en la secta protestante adventista, a quien se le pedirá que realice una conferencia para desacreditar las creencias católicas sobre la Virgen María y en particular sobre su Asunción y su Inmaculada Concepción.

Es así que Bruno, el 12 de abril de 1947, fue con sus tres hijos a una colina de eucaliptos en la zona de las tres fuentes en Roma, frente al lugar del martirio de San Pablo, para poder preparar este importante discurso mientras sus hijos jugaban con la pelota.

Parecía un día como cualquier otro, pero de repente Bruno ya no oye a sus tres pequeños jugar y buscándolos, los encuentra arrodillados frente a una cueva, con las manos juntas repitiendo “Bella Señora, Bella Señora, Bella Señora …”. Bruno, molesto por su comportamiento, intenta moverlos, pero para su gran asombro los tres niños se habían quedado como mármol. Y es en ese momento de miedo que Bruno grita: “¡Dios mío, sálvanos!”

Después de estas palabras, él también puede ver finalmente a una bella mujer que sujeta contra su pecho el libro de la Sagrada Escritura, con un vestido blanco cubierto por un manto verde que le cae de la cabeza a los pies, y una faja rosa que rodea su cintura: es la “Bella señora”.

Las primeras palabras que María dirigirá a Bruno son un fuerte de su conducta: “Tú me persigues, ahora basta, vuelve al Santo Redil, a la corte celestial en la Tierra” (la Iglesia Católica) “la verdadera Iglesia de mi Hijo está fundada en los Tres Amores Blancos: ¡la Eucaristía, la Inmaculada y el Santo Padre!”

Y en respuesta a lo que Bruno debería haber desacreditado en su discurso, la Virgen añade: “Mi cuerpo no podía marchitarse y no se marchito, por los Ángeles y por mi Hijo fui llevada al cielo”. Y es precisamente siguiendo estas palabras de María que en 1950 el Papa Pío XII proclamó el Dogma de la Asunción.

Si el lugar a la derecha y a la izquierda de Jesús fue elegido para los ladrones, ¿dónde está María? Ella está en el corazón de la Trinidad, con su “Sí”, ella es la mayor colaboradora. De hecho, la Virgen le dirá a Bruno: “Yo soy aquella que está en la Divina Trinidad: Soy la Hija del Padre, la Madre del Hijo y la Esposa del Espíritu Santo”. Estas palabras nos indican también la confianza de María en la Palabra de Dios, por tanto con el Verbo hecho carne que es su Hijo, la Revelación, y su relación con este es ejemplarmente expresada por el Papa Benedicto XVI en estos términos: “María en la Palabra de Dios está verdaderamente en su casa, entra y sale con naturalidad…, habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se hace suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios… sus pensamientos están en sintonía con los pensamientos de Dios…, su voluntad es voluntad junta con Dios.” (Carta Encíclica Deus Caritas Est, n.41)

Podríamos decir que la actualidad de este mensaje mariano es asombroso; en un mundo en el que el nacimiento de movimientos seudo religiosos aleja a las almas amadas de la Iglesia de su Hijo, la misma Virgen María interviene para recordarnos y advertirnos que el Camino de Salvación es uno solo: Su Hijo y la Iglesia establecida por Él sobre la persona de Pietro!

Ella, la Virgen de la Revelación, Madre de Aquel que nos reveló el camino de la salvación y que se hizo salvación misma para cada uno de nosotros, nos pide rezar diariamente el Santo Rosario por la unidad de los cristianos y la conversión de los incrédulos y de los pecadores, de este modo nos enseña a “contemplar con ella el rostro de Cristo” (San Juan Pablo II, Carta Encíclica Rosarium Virginis Maria, n.3). La razón por la que la Virgen nos regala una vez más esta oración es porque ella enseña, ha enseñado y enseñará siempre la humildad, la obediencia y el amor y nos defenderá de todo lo que intente derrumbar los valores morales del hombre.

Al desearos un buen reflejo en los brazos de María, concluimos con la invitación de la Virgen de la Revelación que nos dice: “Llámame Madre, porque soy Madre”.

Dios nos bendiga
y que la Virgen nos proteja.