Madre Prisca, Mujer de fe

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La Sagrada Escritura nos proporziona una explendida definición de fe en la carta a los Hebreos 11,1: “La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven”. Abraham es considerado el Padre en la fe, él siempre fundó sus acciones en las promesas de Dios, porque tenía la certeza que Dios no lo desilucionaria: “Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba” (Hb 11,8). Abraham inició una aventura que no tiene ningún fundamento racional, “porque juzgó digno de fe al que se lo prometía” (Hb 11,11).

Estos pasos de las Sagradas Escrituras nos han permitido reflexionar sobre el hecho que nuestra comunidad de las Misioneras de la Divina Revelación, existe porque una mujer, Madre Prisca, nuestra fundadora, efectuó opciones de vida según criterios evaluados a la luz de la fe. Por esto conpartimos con ustedes algúnos pasos de su vida simple y extraordinaria.

Concetta Mormina, en religión Madre Prisca, nació en Scicli (Ragusa) el 18 de abril de 1922 y murió en Roma el 1 de Junio de 1998. hasta la edad 18 años vivió en Africa, en Bengasi. En 1941 regresó a Italia como profuga y se estableció junto con su madre en el lugar de origen; su único hermano, por otro lado, se fue a buscar buena fortuna a Argentina. En Scicli, ella se integró como parte de la Acción Católica (1946 – 1948).

En 1948, fue a Roma en ocasión del encuentro de la Acción Católica femenil con el papa Pio XII, y fue en esta ocasión que visito por primera vez lasTres Fuentes, donde está la Gruta de la Virgen de la Revelación, que se había aparecido hacía a penas un año. Con semplicidad y espontaneidad como solia ser, dejó en la estatua de la Virgen su gorrito.
Después de que muere su padre, por causa de un tumor, decidió de trasferirse a Roma junto con su mama y ahí vivió en condiciones muy dificiles.

En la vida de Madre Prisca, no existieros eventos extraordinarios; nos contaba solamente que tuvo un sueño mientras vivía en Roma, en el cual la Virgen de la Revelación mientras sembraba en un campo grande le hizo tres inclinaciones con la cabeza. En cada inclinación Madre Prisca le preguntaba si ese era el signo de que ella había encontrado finalmente un trabajo y le parecía que con las inclinaciones le decía que “si”. La mama de Madre Prisca la convenció de que fuera a pedir una explicación del sueño a Bruno Cornacchiola, el hombre a quien se le había aparecido la Virgen de la Revelación. Apenas se encontró con Bruno, este la saludo haciendo tres inclinaciones con la cabeza, precisamente como lo había hecho la Virgen en el sueño.

Bruno le explicó que la Virgen deseaba que ella lo siguiera en una obra que estaba por realizar y que este era el signo que le había dado la Virgen para reconocer a la persona que lo ayudaría. Madre Prisca le respondió: “¿una obra?, yo no se ni bailar,, ni cantar”.

Bajo una serie de circunstancias, entre las cuales la inprovisa murte de su mama, el 28 de abril de 1954, Concetta se quedó sola en Roma y Bruno le ofreció formar parte de su familia. Esta perspectiva no le gustaba, Burno estaba casado y tenía cuatro hijos, además, su casa era un pequeño sotano… Madre Prisca vivió con grande sufrimiento la dificil convevencia en la familia Cornacchiola. La única consolación en esta situación, era la misión y las catequesis que Bruno hacía explicando las Sagradas Escrituras. Escuchar la Palabra de Dios la extasiaba al punto de olvidarse de todas las amargunas.
Antes de tomar cualquier desición, Madre Prisca pedía el consejo de santos sacerdotes, entre los cuales Guglielmo Giaquinta (Fundador del Movimiento Pro Sanctitate) y san Juan Calabria (Fundador de la Congregación de los Pobres Servidores de la Divina Providencia), que la animaban a continuar en esa obra en construcción.
En 1954, Madre Prisca fundó junto con Bruno Cornacchiola, una obra catequistica de la cual fue presidenta hasta el final de su vida.

El primer grupo de hermanas de nuestra comunidad compartió muchos años con Madre Prisca y recuerdan su sencillez y humildad, pero la característica más destacada era su calor maternal con todas las personas que ella encontraba. Durante el día, a pesar del trabajo y de los encuentros con las personas que la buscaban, siempre lograba tener tiempo para orar, se mantuvo fiel a recitar el Santo Rosario y a la celebración de la Lirtugía de las Horas, mientras que en la noche dedicaba mucho tiempo a la adoración de frente al Santísimo Sacramento. Su oración preferida era el capítulo nueve del libro de la Sabiduría, en el cual el joven Salomón le pide a Dios la sabiduría para actuar según su divina voluntad.

Madre Prisca amaba el apostolado y hacía misión donde quiera que se encontraba; motivada por las palabras de Jesús: “Si tu conocieras el don de Dios…” (Jn 4,10), incansablemente gastó todas sus energias, con un ansia misionaria en crecimiento contínuo y madurando profundamente el deseo de un proyecto de vida consagrada que ella no logró portar adelante, porque la muerte la sorprendió inprovisamente el 1 de junio de 1998.

Siguiendo su ejémplo nosotras continuamos con su deseo, que también sentiamos; y el 11 de febrero del 2001 el proyecto se hizo realidad: la Iglesia nos dió la posibilidad de poder constituir una comunidad religiosa con el nombre de Misioneras de la Divina Revelación.

Así como Abraham, Madre Prisca, no pudo ver la tierra “la obra prometída”, pero la ve désde el cielo y recordamos las palabras con las cuales ella siempre nos animaba: “custodien y conserven en el corazón, así como lo hizo la Virgen María, todo lo que la Iglesia ha enseñado y enseña. Es con María, Madre de la Iglesia que lograran cada emprendimiento”.

Madre Prisca, entrando en la Escuela de la Virgen María, creyó en las palabras del Señor y también nosotras Misioneras de la Divina Revelación, que hoy podemos ver la “obra prometida”, sobre su testimonianza de fe deseamos verla crecer y fortalecerse.

Es una invitación, también para ustedes lectores, a tener una visión de fe en la vida simple que se vive cada día: es la luz de la fe, la que transforma lo ordinario en estraordinario.

Dios nos bendiga
Y la Virgen nos proteja.