Nuestra maternidad espiritual

Nuestra maternidad espiritual

Queridos hermanos, continuando nuestros artículos mensuales con ocasión del vigésimo aniversario de la fundación de nuestra Comunidad, esta vez deseamos compartir con ustedes otro aspecto de nuestra misión, en particular nuestra maternidad espiritual hacia los sacerdotes y los seminaristas. Como nos recuerda nuestra Regla de Vida, las Misioneras de la Divina Revelación, a ejemplo de la Virgen María, Madre de la Iglesia, llevan en el corazón el celo más ardiente por las almas, entregándose en la oferta diaria y en la oración por la santificación de los sacerdotes. De hecho «a María las Misioneras confían su espiritualidad y su apostolado» (cf. Regla de Vida, n. 4).

Vivimos este aspecto de nuestra vida casi completamente en el escondimiento ya que sabemos bien que Él que nos ha llamado a la consagración religiosa acoge con alegría todo lo que le ofrecemos por amor y con amor, transformando nuestra oferta en muchas gracias para toda la Iglesia. Todo lo que hacemos, como oferta a Dios, es mucho más precioso de lo que parece. Es una gran alegría saber que un gesto sencillo como limpiar, lavar, planchar, estudiar y, sobre todo, rezar, cuando se realiza en obediencia y en unión con el Corazón de Jesús, se convierte en fuerza y consolación para nuestros hermanos, ministros de la Palabra y del Altar, que “luchan” cada día en las parroquias, en las rectorías, en los seminarios, en las capellanías, en las tierras de misión, etc. Estos hermanos nuestros que, como nosotros, quieren llevar cada vez más el amor y la belleza de Dios a las personas, tienen mucha necesidad de ser sostenidos espiritualmente, y nosotras los consideramos nuestros hijos espirituales.

 A veces las personas nos preguntan si no extrañamos ser madres, porque somos mujeres como todas las otras. Puede parecer extraño, porque nuestra feminidad y nuestro deseo de maternidad no han cambiado después de habernos convertido en las esposas de Jesús, sino que son sublimadas, porque con nuestra consagración todo está dirigido a nuestro amado Esposo. De hecho, aprendemos con el tiempo a engendrar espiritualmente en nuestro corazón tantos hijos, más de los que podíamos imaginar, y experimentamos una maternidad completa y somos muy felices por este don sobrenatural que no se explica con categorías puramente humanas.

Vivimos la maternidad espiritual también de modo comunitario, porque cada día ofrecemos nuestros días de trabajo y oración, que comienzan antes del amanecer, para los sacerdotes, como intención especial en el rezo del Santo Rosario y cada jueves, comunitariamente, ofrecemos la Adoración Eucarística para ellos. Además, el viernes, el Santísimo Sacramento está expuesto en nuestra capilla durante todo el día y cada una de nosotras a turno adora, ofrece y repara también para ellos.

Cada día, además, cada una de nosotras tiene un tiempo personal de adoración, en este tiempo cada misionera está llamada a introducir a los sacerdotes en su íntimo diálogo con el Amado, pidiendo para ellos las gracias que necesitan para realizar lo mejor posible y según el Corazón de Jesús su ministerio.

Además, por nuestro apostolado y el de las misiones que estamos llamadas a realizar en Italia y en el mundo, conocemos directamente a muchos sacerdotes y, en estos casos, podemos experimentar, más allá de la maternidad espiritual, la belleza de la amistad descrita por san Francisco de Sales en su Introducción a la vida devota: «Es hermoso poder amar en la tierra como se ama en el cielo, y aprender a amarse en este mundo como haremos eternamente en el otro».

Invitamos a todos a rezar siempre por los seminaristas y por los sacerdotes, sin los cuales no podríamos recibir los Sacramentos que nos sostienen en nuestra peregrinación al Cielo y para que las santas vocaciones sacerdotales puedan florecer en abundancia en el jardín de la Iglesia.

Dios nos bendiga
Y la Virgen nos proteja