El dogma de la Inmaculada Concepción, según el cual la Virgen es el único ser humano nacido sin pecado original, fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854. Esta definición se alcanzó después de siglos de disputas entre teólogos católicos franciscanos y dominicanos. Los franciscanos defendieron la tesis de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, mientras que los dominicanos la negaron.
Tras los trágicos acontecimientos de la Revolución Romana de 1848, el Papa Pío IX se vio obligado a huir a la ciudad de Gaeta, recibido por el rey de las dos Sicilias, Fernando II. El Reino de las Dos Sicilias tenía a la Inmaculada Concepción como patrona y esto fue un estímulo adicional para que el Papa Pío IX reflexionara sobre la posibilidad de proclamar el dogma. Mientras rezaba en la Capilla Dorada de la fortaleza de Gaeta y pensaba en los dramáticos acontecimientos por los que atravesaba la Iglesia, Pío IX se dio cuenta de que lo único que podría salvar a la Iglesia y al mundo sería el anuncio dogmático de la Inmaculada Concepción.
Por ello, el 2 de febrero de 1849 publicó la encíclica Ubi Primum desde la ciudad de Gaeta, en la que pedía a todos los Venerables Hermanos en el Episcopado “que proclamen y realicen oraciones públicas en sus diócesis” para recibir la luz del Espíritu Santo sobre la proclamación del dogma; además, el Santo Padre pidió a los obispos: “nos hagan saber cuál es la devoción que anima a su clero y a su pueblo cristiano cerca de la Concepción Inmaculada de la Virgen, y con qué intensidad el pueblo muestra su voluntad que la cuestión sea definida por la Sede Apostólica; pero sobre todo, Venerables Hermanos, nos interesa primeramente saber cuáles son sus pensamientos y deseos al respecto”.
El resultado fue que 546 de los 603 obispos consultados se declararon a favor de la proclamación dogmática. Fortalecido por este resultado y por la fe generalizada del pueblo de Dios en la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el Papa proclamó el dogma el 8 de diciembre de 1854 con la Constitución Apostólica Inneffabilis Deus. Leemos en el documento que Dios, previendo la caída del hombre, “con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra: declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, qué debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano. Por lo cual, si algunos presumieren sentir en su corazón contra los que Nos hemos definido, que Dios no lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por su propia sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de la Iglesia” (Cost. Ap. Inneffabilis Deus).
Para conmemorar este acontecimiento tan importante para la vida de la Iglesia, el Papa Pío IX quiso una obra en honor a la Inmaculada Concepción: una columna coronada por una estatua de la Inmaculada Concepción. Fue proyectada por el arquitecto Luigi Poletti y construida en la Plaza de España, en Roma, por el escultor Giuseppe Obici. El mismo Papa Pío IX la inauguró en 1857.
Cada año, el 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción, el Santo Padre va a la Plaza de España, bajo la columna con la estatua de la Virgen, llevando una canasta de rosas en honor a María.
Estas flores indican el amor y la devoción del Papa, de la Iglesia de Roma y de los habitantes de la ciudad, que espiritualmente se sienten hijos de la Virgen María y con esta corona quieren poner sus ansiedades y esperanzas a los pies de la celestial Madre del Redentor.
También nosotros queremos poner todas nuestras intenciones a los pies de la Santísima Virgen, pidiéndole protección y fortaleza, especialmente en este momento particular de emergencia sanitaria que vive el mundo entero.
María Inmaculada, ruega por nosotros.