Sexto día de la Novena de Navidad, 21 de diciembre

O Oriens, splendor lucis æternæ, et sol justitiæ: veni, et illumina sedentes in tenebris, et umbra mortis.

La Antifona “O” de hoy invoca a Cristo como un “Astro” luminoso. Consideramos nuestra vida y pensamos a cuanta oscuridad la rodea: oscuridad en el futuro desconocido e incierto; oscuridad en el presente debido al pecado y al mal con el que luchamos todos los días; oscuridad en el pasado herido por la infidelidad y la mediocridad espiritual. Jesús es el Astro que ilumina toda nuestra historia pasada, presente y futura. Jesús es la luz que trae el amanecer a las muchas noches de nuestra vida. Esperamos entonces el alba aquella luz que siempre nos regala una nueva esperanza.

¡Ven Jesús! Maranatha!

Oh Sol que naces de lo alto, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte.

Magnificat
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Oh Sol que naces de lo alto, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte.

Oración
Escucha, Señor, la oración de tu pueblo, alegre por la venida de tu Hijo en carne mortal, y haz que cuando vuelva en su gloria, al final de los tiempos, podamos alegrarnos al escuchar de sus labios la invitación a poseer el reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo.